martes, 25 de noviembre de 2014

La paradójica modernidad en los Andes

La paradójica modernidad en los Andes

Marcelo Sarzuri-Lima
Publicado en Revista La Migraña N° 10 (2014). La Paz: 
Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia

Escribir sobre la modernidad siempre lleva consigo abordar problemas complejos, no sólo por las aristas que componen la temática sino, y sobre todo, porque existe mucha tinta vertida y reflexiones planteadas alrededor de este significante. No se pretende replantear los elementos de su debate, en todo caso se pretende mostrar las paradojas que implica -e implicaron, a lo largo de la historia- pensar y hacer la modernidad en esta parte del mundo. La hipótesis que guía este escrito es que los y las indígenas –a los que la historia oficial etiquetó como “los salvajes”, “los pre-modernos”, “los atrasados”- a lo largo de sus luchas y resistencias fueron desplegando un proyecto propio de modernidad y horizonte civilizatorio, este proyecto no se desarrolló como parte del avance de un conocimiento científico, una “apertura al porvenir” o un despliegue de “la razón”, sino que fue parte de la generación de conocimientos y prácticas pertinentes a sus contextos socioculturales y que sin duda se relaciona a la forma de lectura que desarrollaron del tiempo histórico, lejos del proyecto eurocéntrico y colonial de la modernidad.

Para entender la modernidad muchas veces se ha recurrido a eventos históricos y posturas filosóficas que implican una ruptura con un tiempo pasado, por ello Descartes y su libro El discurso del método marcan la constitución de la subjetividad moderna: el ego cogito; así también la Revolución francesa, la Ilustración, el Renacimiento y el Humanismo nos llevan a entender las posturas sociales, políticas y filosóficas de la modernidad; no se puede perder de vista a Galileo para deducir el papel que juega la ciencia y el desarrollo de la técnica en la modernidad y ni olvidarnos de la Revolución Industrial, la cual marca una nueva forma de producción basada en el plusvalor y la acumulación de capital. A este inventario cronológico de la modernidad, habrá que sumar la colonización del Abya Yala y la “invención de América” como momentos que determinan la naturaleza de la “primera modernidad”, la identidad de Europa y su proyecto civilizatorio. La fijación y centralidad de cualquiera de los momentos o posturas señaladas implicará asumir una posición político-teórica respecto a la modernidad: algunos critican su eurocentrismo, otros la reducción de la razón a su forma instrumental, otros señalan el individualismo y el antropocentrismo como consecuencias de la modernidad, otros apuntan su crítica al fetiche cientificista y su aparente representación de “lo real” y la gran mayoría tiene en el centro del debate a las formas en que la modernidad y el capitalismo han estrechado lazos generando una totalización civilizatoria.


Más allá de las caracterizaciones descritas, existen aproximaciones a los elementos que hacen a la modernidad, Alain Touraine (1995) menciona que el proyecto moderno ha implicado la articulación de dos ejes centrales como son el desarrollo de la razón y el desarrollo del individuo como sujeto. En el plano más cultural, Silvia Rivera (2007) menciona que la modernidad es la formación cultural e histórica de la individuación, es tener derechos individuales y colectivos. Si bien los autores mencionados son de distintas vertientes teóricas todos ellos concuerdan en los ejes centrales que hacen a la modernidad: el desarrollo de la razón y la constitución del sujeto, en tanto proceso de individuación y autonomía.

A pesar de estas distinciones, existe la apariencia de que todo es parte de la modernidad, una red de momentos, posturas y situaciones, como también una serie de potencialidades y fundamentos. Es casi imposible marcar su inicio o enumerar todos los elementos que la componen, se puede construir una teoría de la modernidad, pero puede que emprendamos una batalla perdida de inicio. Pero esta apariencia constituye uno de los elementos centrales que hacen a la modernidad. Es por ello que Agnes Heller (2012) inicia su libro Una teoría de la modernidad caracterizando esta apariencia, para la autora lo “nuevo” permanentemente necesita ser comparado en relación a lo “viejo”, necesita mostrar su efectividad y de esa forma su superioridad, este sería uno de los dos constituyentes de la dinámica de la modernidad: la dialéctica adialéctica, ese movimiento destructivo y autodestructivo que hace que, como menciona Marx, “Todo lo solido se desvanece en el aire”. Es por ello que existe constantemente la sensación de imposibilidad de retratar la modernidad. Esta es una paradoja, la paradoja de la modernidad, puesto que por un lado, la modernidad se presenta como una “apertura indefinida al provenir”, pero por otro, existe un encierro permanente de su “apertura” en lo que considera como “nuevo”. Esta paradoja clausura el pasado reescribiendo permanentemente el presente -a partir de lo que Fredric Jameson (2004) denomina dialéctica continuidad/corte- y convierte a la modernidad en una narrativa, un tropo que oculta permanentemente su contenido original: “el tropo de la modernidad siempre es, de un modo u otro, una reescritura, un desplazamiento vigoroso de anteriores paradigmas narrativos. En efecto, cuando examinamos el pensamiento y los textos recientes, la afirmación de la ‘modernidad’ de esto o aquello suele implicar una reescritura de los relatos mismos de la modernidad que ya existen y se han convertido en saber convencional” (Jameson, 2004: 40). Esta es la cualidad de la modernidad –el tropo de la modernidad-, la ilusión hegeliana del presente perpetuo, esa reescritura permanente que clausura modernamente a la modernidad y que nos impide mirar más allá de ella, pero, sobre todo, nos impide ver las acciones de los sujetos que hacen la modernidad.


Gráfico 1
Tropos de la modernidad

Fuente: Elaboración propia

Si bien la modernidad se articuló geográficamente en un lugar, ello implicó que ese espacio geográfico realice una transformación en todos los ámbitos de la vida y adquiera una forma civilizatoria total; esta forma civilizatoria se impuso en diferentes regiones, al interior y exterior de Europa; por ello, como menciona Bolívar Echevarría (2011): Europa no es por naturaleza moderna, pero la modernidad es por naturaleza europea. Con esta especificidad es que la modernidad europea adquirió el status de mito (Dussel, 2008), de ser una designación del “ahora” se convirtió en una antítesis y permanente ruptura con lo que se consideraba “el pasado”, de esa forma fue llevada como misión histórica civilizatoria por el mundo. Es cierto que la modernidad en América Latina fue una imposición, acompañó procesos de conquista, colonización y subalternización de pueblos y culturas, por ello ya sea negando la modernidad o aceptando sus múltiples desarrollos -postura que bordea el relativismo-, para muchos la modernidad por estas tierras fue –y sigue siendo- un artificio, una pseudomodernidad, tarea no lograda por la falta de todos los elementos en contra o a favor que se deseen enumerar, curiosa actitud de aquellos que viven la “apertura al porvenir” como modelo acabado[1].

Para bien o para mal, la modernidad se irradió por este lado del mundo, no como una experiencia social homogénea y unitaria –armónica y “racional”- sino como experiencias plagadas de particularidades y de las cuales emergieron formaciones sociales heterogéneas[2]; la modernidad no se vivió como una “superación” de un pasado (y tradiciones), sino que en su intento por desplegarse en los tiempos y espacios del Abya Yala colisionó con los elementos simbólicos de diversas culturas. La imposibilidad de las élites –y las oligarquías- por sumergirse en lo que consideraban superior y avanzado, su imposibilidad de vivir el “progreso de la modernidad”, hizo que solo puedan acceder a la “modernidad” por medio del consumo cultural, ella marco nuevas formas de diferenciación de clase y cultura –lo que Luis Tapia (2011) considera “el vanguardismo colonial”- y que con el pasar del tiempo marcó una cultura del consumo muy particular; ya mencionaba García Canclini (antes de la moda de los estudios culturales) que por aquí somos más consumidores que ciudadanos, y, si retrocedemos un poco más, Carlos Monsivais (1983) no dudaba en señalar que el “estar al día” era el único criterio de la modernidad en América Latina, más que como adquisición de bienes como deformaciones de los deseos por la constante exposición a las industrias culturales.

Es cierto que en los Andes muchos de los preceptos de la modernidad se difundieron bajo la sombra de la colonia. La estructura colonial enfermó a las elites de privilegios y sus prácticas sociales nunca fueron modernas, para ellos la modernidad siempre fue una aspiración: “una ilusión óptica alimentada por la envidia y la esperanza, los sentimientos de inferioridad y la necesidad de emulación” (Jameson, 2004: 177). Lo paradójico de la modernidad en los Andes es que sus creyentes vivían –y viven- “la emancipación de la razón” desde la clausura Occidental, simplemente fueron -y son- consumidores de un producto impuesto desde afuera. Los supuestos “modernos” en los Andes vivían –y continúan viviendo- el dogma de la modernidad desde el consumo, en este sentido se entiende la crítica que realiza Silvia Rivera sobre el arcaísmo de la élite: “Su consumo es moderno, pero sus prácticas sociales no son modernas, son profundamente arcaicas” (2007: 13), y es que, como señala  J. J. Brunner, la modernidad por este lado del mundo nunca estuvo ligada a la Ilustración europea.

Sin embargo, y a pesar del desarrollo histórico de la modernidad, si bien la permanente aparición de lo “nuevo” en el presente y la constante clausura del pasado hacen al tropo de la modernidad, es necesario comprender que este movimiento está relacionado a, lo que Cornelius Castoriadis (2008 [1989]) considera, el surgimiento de dos imaginarios sociales específicos de este tiempo. El primero es aquel que considera la expansión ilimitada del dominio racional, el cual permitió a la ciencia y la tecnología desarrollarse de una manera constante y acelerada, proceso que también sirvió para que el capitalismo transforme los medios de acumulación; el segundo imaginario que movilizó a la modernidad fue la autonomía, ya sean individual o social, esta fue el centro de una serie de acciones y prácticas políticas; el conflicto entre ambos imaginarios movilizó una serie de fuerzas creativas constantemente –ya sea para expandir la racionalidad de la modernidad capitalista o poner límites a su irracionalidad-. En este sentido, no se debe dejar de lado que el elemento central de este tiempo es la emergencia, ya sea de la maquinaria del capital en su lucha por movilizar su producción y reproducción o de sujetos con proyectos de autonomía social o individual que buscan la transformación radical de la sociedad: “…lo propio de la “época” -antes y después de Hegel- ha sido la emergencia, no sólo en el pensamiento sino también en la actividad histórica efectiva, de una escisión interna explícita, manifiesta en la autoimpugnación de la época y el cuestionamiento de las formas instituidas existentes. Lo propio de la ‘época’ ha sido la lucha entre monarquía y democracia, entre propiedad y los movimientos sociales, entre el dogma y la crítica, entre la Academia y la innovación artística, etcétera. (Castoriadis, [1989] 2008: 17)

Esta perspectiva de análisis nos lleva a estudiar acciones de sujetos políticos activos que permiten procesos de ruptura y/o continuidad y nos lleva a escribir sobre historias efectivas más que plantear “historias de ideas”, escribir desde el quehacer de sujetos históricos[3], diferenciando entre una “forma ideal de totalización” y la “configuración histórica efectiva” de la modernidad (Echevarría, 2011). Por ello, nuestra pregunta por la modernidad es la pregunta de un(a) colonizado/a por transformar el presente; como menciona Partha Chatterjee nuestro problema no es escapar del pasado vanagloriando un presente -como hacía Kant-, nuestro problemática es escapar del presente resignificando nuestro pasado: “El mismo proceso histórico que una vez nos ha enseñado el valor de la modernidad también nos ha hecho víctimas de la modernidad. Nuestra actitud hacia la modernidad, por tanto, no puede ser sino profundamente ambigua. (…) Pero esta ambigüedad no proviene de alguna incertidumbre sobre estar a favor o en contra de la modernidad. Más bien, la incertidumbre proviene que sabemos que para enfrentar las formas de nuestra modernidad, necesitamos el coraje de rechazar las modernidades establecidas por otros” (Chatterjee, 2013: 51). Similar postura es la de Luis Guillermo Lumbreras ([1992] 2006), en su crítica al progreso y desarrollo menciona que esta carrera –del desarrollismo- nos ha puesto en el lugar del “subdesarrollo”, persiguiendo las “elásticas metas de la modernidad”, esta elasticidad tiene relación con el contenido que se le ha dado a la modernidad desde el capitalismo y –principalmente en los Andes- desde el colonialismo, quitándonos nuestros proyectos de futuro y clausurando nuestros pasados.

Esto no es una apología de la modernidad, hecho histórico que tiene un origen eurocéntrico y un constituyente colonial; en todo caso esta es una lectura desde los despliegues paradójicos de la modernidad en este lado del mundo, hecho que implico la apropiación y re-significación por parte de los sujetos históricos que vivieron sus efectos oscuros -la clausura moderna de la modernidad, su expansión violenta en otras latitudes- y que tuvieron que enfrentar a una sociedad que nunca pudo superar su condición colonial; pues como toda construcción simbólica puede resquebrajarse, encuentra momentos en los que no se puede reproducir y su estructura choca con elementos no incorporados, pero ese resquebrajamiento es realizado por sujetos, sujetos específicos, aquellos que son “afuereados”, “ninguneados” y que construyen su propio proyecto y horizonte civilizatorio, perforando y haciendo su modernidad, haciendo su Nayrapacha, el pasado como de-venir, memoria y utopía como recurso para revertir el presente clausurado.

Bibliografía

Brunner, José (1987). “Entonces, ¿existe o no la modernidad en América Latina?”. En En Un espejo trizado. Ensayos sobre cultura y políticas culturales. Chile: FLACSO.

Castoriadis, Cornelius (2008 [1989]). “La época del conformismo generalizado”. En El mundo fragmentado. La Plata, Argentina: Terramar.

Chatterjee, Partha (2013). Nuestra Modernidad. La Paz, Bolivia: Autodeterminación.

Beverley, John (2010). “Subalternidad/Modernidad/Multiculturalismo”. En La interrupción del subalterno. La Paz: Plural.

Dussel, Enrique (2008). 1492, el encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “Mito de la modernidad”. Bolivia: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia/Biblioteca Indígena.

Echevarría, Bolivar (2011 [1989]). “Modernidad y capitalismo: 15 tesis sobre la modernidad”. En Antología. Crítica de la modernidad capitalista. La Paz, Bolivia: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia/OXFAM.

Escobar, Arturo (2007). “Mundos y conocimientos de otro modo. El programa de investigación de modernidad/colonialidad latinoamericano”. En Saavedra, J. (comp.), Educación superior, interculturalidad y descolonización. La Paz: PIEB/CEUB.

García Canclini, Néstor (1995). Consumidores y ciudadanos. México: Grijalbo.

Heller, Agnes (2012). Una teoría de la modernidad. La Paz: Autodeterminación.

Jameson, Fredric (2004). Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente. Barcelona, España: Gedisa.

Lumbreras, Luis (2006 [1992]). “Cultura, tecnología y modelos alternativos de desarrollo”. En Violencia y mentalidad colonial en el Perú. Fundamentos para una crítica de la razón colonial. Perú: Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales/Instituto Nacional de Cultura.

Monsivais, Carlos (1983). “Pertenencia cultural y nacionalismo (el caso mexicano)”. En Gonzáles Casanova, P. (coord.), No intervención, autodeterminación y democracia en América Latina. México: Siglo XXI/UNAM.

Rivera, Silvia (2007). “Derechos humanos dentro del contexto indígena”. En Agenda defensorial N° 7. Pensar desde la diferencia. Memoria de jornadas de reflexión y análisis en el Defensor del Pueblo. La Paz, Bolivia: Defensor del Pueblo.

Tapia, Luis (2011). “El tiempo histórico del desarrollo”. En Wanderley, F. (coord.), El desarrollo en cuestión: reflexiones desde América Latina. La Paz: CIDES-UMSA/Oxfam.

Touraine, Alain (1995). ¿Qué es la democracia? México: Fondo de Cultura Económica.






[1] Es así que la actitud frente a la modernidad es variada, desde los que sostienen nuestras falencias, quejándose de nuestro “atraso” y todos los elementos que nos hacen “pre-modernos” y, por otro lado, se encuentran los que niegan completamente la modernidad –mostrando su lado oscuro- centrándose en su eurocentrismo y su constituyente colonial.
[2] Si bien el capitalismo y su proyecto de modernidad tienen una tendencia a generar altos procesos de homogenización de lo social, la proliferación de diferenciaciones y heterogeneidades, tal como menciona John Beverley, son producto del desarrollo combinado y desigual de la modernidad capitalista: “integración diferencial y subordinada dentro del tiempo del capital” (2010: 68).
[3] Una crítica frecuente a esta postura es aquella que considera que este tipo de análisis es una “etnografía de las modernidades múltiples”, la cual llevaría a un ”relativismo débil” que no cuestionaría el metarrelato de la modernidad , por lo que su núcleo europeo permanecería invariante (Escobar, 2007). Ante esto se puede decir, que no se alega por modernidades plurales, en todo caso la modernidad se expandió de una forma por el mundo y, como menciona Echevarría (2011), hacemos y reproducimos esa modernidad; sin embargo ha existido a lo largo de la historia acciones de los/as subalternos/as que perforan ese metarrelato, recorren y expanden sus límites. Negar este accionar  es no verlos como sujetos y mostrarlos como simples “víctimas” de un metarrelato. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario