jueves, 15 de marzo de 2012

Jim Morrison, del cambio social al calvario narcisista

Un diálogo con fantasmas a los cuarenta años de su muerte

Por Marcelo Sarzuri-Lima

Existen muchas fechas que las personas gustan recordar, pero son los finales los que por alguna extraña razón son los más placenteros para rememorar, será porque los finales se viven intensamente y suelen conjugar los más profundos sentimientos; para aquellos que han sucumbido ante el erotismo, la cadencia y el eclecticismo musical del rock psicodélico la muerte de Jim Morrison puede ser una fecha de culto, no está demás mencionar que cuarenta años después de su muerte se siguen realizando actos en su honor; tal vez nunca sepamos que pasó la noche del 2 de julio de 1971 para que al amanecer del día siguiente el líder de la banda The Doors aparezca sin vida en la bañera de su casa en la ciudad de París, y es que la muerte siempre trae consigo el misterio por eso la literatura le ha sabido sacar provecho a este acontecimiento. Pero la muerte no es nada sin embargo lo es todo, “no es nada menos que un fin del mundo” diría Jacques Derrida (ironizando, como si fuera poca cosa), pero es a los que sobreviven que les toca la angustiosa tarea de cargar ese mundo; no es que debamos sentir miedo a la muerte como el fin inevitable pues ella estará presente en cada una de nuestras acciones  –está en nosotros pero no con nosotros– y como Morrison creía simplemente es el fin del dolor, dolor que solamente podemos sentir en vida y que dejaremos a los que en ella se quedan. Pero no nos interesa hablar de la muerte sino de lo que él dejó. Esto no es homenaje sino un diálogo con fantasmas.

“Soy el rey lagarto, puedo hacer lo que sea”, puede esa frase condensar todo el pensamiento de Morrison pero también todo el desencanto de una generación y es que el rock psicodélico, el hippismo y los The Doors hay que entenderlos desde una época.

Fue en la década de 1960 que el modelo de fábrica fordista y con ella un modelo de sociedad, conjuncionado con un Estado keynesiano (que su momento había funcionado para salir de la Gran depresión de 1929), estaba entrando en un profundo desgaste, la crisis se daba alrededor de la imposibilidad de un control sobre el trabajo; el modelo había potenciado a los sindicatos y estos estaban amenazando el crecimiento, las ganancias y la productividad; existía un estancamiento en la producción (rígida, y estandarizada) sobre todo por los mecanismos de decisión e intervención estatal a nivel macroeconómico que impedía un comercio libre y global. Los obreros rechazaban el trabajo repetitivo y mecánico de las fábricas y sus hijos no querían tener el futuro de sus padres, la alienación era el elemento crítico esencial a la cultura y la sociedad capitalista, se criticaba la perdida de la autenticidad humana donde: “el trabajador se convierte en siervo de su objeto” (Marx). La filosofía idealista y existencialista se difundía entre los movimientos contraculturales (Marcuse y su Hombre unidimensional, la lectura imprescindible) y el objetivo político era la conquista de una condición social donde convergieran el trabajo productivo y la realización de uno mismo. El feminismo, los movimientos juveniles y homosexuales lograron introducir como bandera de lucha que “lo personal es político”, que el capitalismo se había metido en los espacios de la vida privadas introduciendo modelos y horizontes de vida, de familia y de relaciones sociales; entonces la lucha social no era sólo por la toma del poder y el gobierno, antes era una lucha por la calidad de la vida cotidiana, por el placer de vivir, existir y convivir, y por la realización personal donde –siguiendo a Franco Berardi– el deseo actuaba como motor de la acción colectiva.

La frase We want the world and we want it now! (Queremos el mundo y lo queremos ahora, de la canción When the music's over del disco Strange Days de 1967) puede ayudarnos a mostrar esa idea tan difundida en los movimientos juveniles de finales de los sesenta donde el deseo era ante todo una fuerza capaz de poner en movimiento un proceso de transformación social, una fuerza capaz de cambiar los imaginarios y con poder de unir a las colectividades (lo queremos y ahora): “La ideología de la felicidad cumplió un papel poderoso de disgregación; de la fábrica taylorista y del ciclo productivo fordista, pero también del conjunto de la organización social y disciplinar que se estructuraba sobre el modelo de la industria” (Berardi).

¿Qué tiene que ver Jim Morrison con todo lo descrito? Pues demasiado, la “experiencia vital” de Morrison es emblemática para la época y ello también se expresa en toda la música de The Doors, que simplemente son el reflejo de una sociedad donde los valores son cuestionados, ¿cómo? Jorge Veraza realiza una interesante explicación de Morrison como crisis de la familia y del valor de uso, así que todo lo que sigue son ideas del mencionado marxista mexicano, la experiencia de Morrison cuestiona en un doble sentido a la realidad, o bien transformando y/o sencillamente logrando exacerbar la experiencia cotidiana, ambos con el sentido de llegar a un desbordamiento, que es la característica de todo lo que Morrison realizó en su vida, estar en el borde o llegar al límite: “Tan solo estaba explorando los límites de la realidad. Tenía curiosidad por ver qué pasaría. Eso era todo: simple curiosidad” (Morrison). El límite de la experiencia es simplemente el llegar al límite del placer, de la vida, de lo soportable, es simplemente hacer de la experiencia psicodélica una forma de vida, ese espacio donde la conciencia y la inconciencia conjuncionan pero que nunca llegan a unirse, así como la vida y la muerte, como el placer y el dolor, la felicidad y la tristeza, todos ellos términos no de una polaridad sino de la indecidibilidad misma del acontecer; esta forma de vida sólo intentó dar una solución, aunque aparentemente nunca logró su cometido, a “la capacidad o fuerza del sujeto para transformar el mundo, es decir, para experimentarlo en tanto sujeto”. El yo deseo, yo puedo, yo vivo fueron expresión de la posibilidad de transformar el mundo en goce: “límite de la conversión del mundo en útil, en valor de uso placentero”, transformar el mundo por el camino de transformarse uno mismo recorriendo el camino del límite, eso fue lo que hizo Morrison. Pero las transformaciones pueden ser refuncionalizadas fácilmente a los procesos del capital, los cuestionamientos del sujeto se someten y se rebelan en su forma falsa, deforman su valor de uso; el placer pasa de ser lo gozoso a ser lo consumible y el sujeto que en un principio cuestiona la realidad simplemente se degrada, se enferma y se consume (el consumo visto no sólo como el final del sujeto sino también como su conversión en producto de venta y por ello en producto de fetichización, de idolatría).


Jim Morrison se ha convertido en la experiencia trágica de la psicodelia, es la conformación del fetichismo cósico donde se fusiona psicodelia y placer sexual, la cosa es el placer y esa cosa se puede vender y comprar; el sujeto que es el que originalmente puede provocar una auténtica conmoción erótica se ve sustituido por el placer de la cosa; pero no sólo eso sino que las sensaciones armónicas (deseo, placer, amor) se evaporan y se transfiguran (el dolor se convierte en placer masoquista, la dependencia en amor incondicional y el placer en el uso instrumental del otro): “el desequilibrio y la desarmonía como el supremo placer soberano”.

Lo que en un momento era el sujeto de transformación se convierte en el “hombre nuevo” funcional al sistema económico, y eso es lo que tenemos, los valores posmodernos te dicen que todos somos libres, que debemos realizarnos, que debemos ser felices, “se trata de una verdadera obligación: ‘debes gozar’. Se impone el goce, porque de lo contrario nos sentimos culpables” (Slavoj Žižek), pero ese goce es el goce transmutado, no es la sensación armónica, es el calvario narcisista de vivir el dolor como placer, es lo que Jean Baudrillard consideraba como la liberación del deseo como la energía destinada a poner de nuevo en marcha la nueva valorización del capital, ahora todo se individualiza y se consume, si en algún momento la poesía de Jim Morrison intentaba liberar a la gente de sus límites para que puedan ver y sentir ahora son productos convertidos en objetos que ciegan e insensibilizan, que adormecen y despolitizan.

2 comentarios:

  1. Muy buen análisis. Cierto que Morrison fue un hijo predilectode su época, fiel reflejo de la decadencia del imperio. Sin embargo, está bien destacar también que la contracara del placer es la muerte, y si te fijas también en su biografía se menciona mucho la búsqueda de placer como antesala de la muerte, en el caso de Morrison. El rey Lagarto resultó ser un fuel representante de los hijos de la posguerra: buscaba el placer (consumado hasta la consumisión,no sé si se dice así) peroen el fondo anhelaba la muerte. Y al final la consiguió muy temprano.
    Un saludo

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    1. La psicodelia como producto y valor de la contracultura tenia (y tiene) la particularidad de liberar al S

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