jueves, 15 de marzo de 2012

El alto, esa ciudad detrás del estereotipo

El alto, esa ciudad detrás del estereotipo

Por Marcelo Sarzuri-Lima
Publicado en Suplemento La Esquina
El Cambio, 31 de octubre de 2010
Partiendo del modelo de ciudad occidental podría decirse mucho sobre El Alto: que es una ciudad desordenada, insegura, donde la corrupción es algo común y recurrente. Esta introducción sólo repite lo que cotidianamente se dice sobre mi ciudad, entonces planteo partir de la idea de que El Alto debe ser entendida más allá de la compresión de su valoración como ciudad e incluso que debemos ver los elementos que puede darnos para quebrar la dicotomía campo-ciudad de la modernidad y entenderla como una no-ciudad. 
Los ejemplos para explicar mi idea de no-ciudad pueden ser varios: en El Alto no tenemos un centro claramente establecido, no existe una plaza o kilómetro cero donde se concentra el poder político-administrativo; la Ceja puede ser considerada un centro por su actividad comercial y por ser nexo con la ciudad de La Paz, su centralidad radicaría en su ubicación geográfica y su potencialidad económico escapando a ser centro-poder. En El Alto existen villas de residentes rurales que recrean a comunidades integras  dando lugar a sistemas de organización sociales, políticos, culturales o deportivos; la liga deportiva de Villa Pacajes es un intento de reconstrucción de comunidades, pueblos o centros mineros (y aquí reside el potencial organizativo de las juntas vecinales que en Octubre de 2003 fueron la base para la organización de microgobiernos barriales).
Así también, la mayoría de nuestras calles no tiene nombre, porque suponemos que son simplemente calles, pero si buscas o preguntas por alguien de seguro todos saben dónde vive y  te muestran el camino para llegar.  Y en este cotidiano hacer de nuestra no-ciudad nosotros, los alteños, nunca lograremos entender para qué sirve un semáforo, porque pensamos que el peatón —el ser humano— debe tener prioridad en relación a la máquina —el automóvil—(gracias Cata por mostrarmelo) y por eso terminamos peleando con los transportistas.
La Ceja y El Alto siempre serán un desorden para aquel que ve con los ojos de la modernización, el progreso y el desarrollo. Nuestro desorden ha hecho que hagamos una ciudad que, entre el comercio gremial, el transporte público, los peatones, los “pacos”, las instituciones ha logrado crear sus propios códigos donde se “pelean” el deber ser y la realidad, donde existe una lucha constante entre la ciudad moderna-occidental y la ciudad que no deja de ser comunidad.
Creo que el horizonte que debemos construir es claro y pasa por la disolución de las relaciones de poder  modernas y eso implica tener como principio de lucha el “mandar obedeciendo”. Esto es necesario y posible unicamente si retomamos lo que siempre hemos tenido: la dignidad,  el rechazo a la desilusión que implica la capacidad de creación, interpelación y propuesta.
Las soluciones no pasan por la toma o no del poder (y eso significa dejar la ilusión estatal y el creer que necesitamos al Estado para cambiar el mundo). Estamos obligados a ser sujetos y no repetidores, a construir nuestro propio camino. Nadie tiene las soluciones para construir el Estado plurinacional, pero nuestro olvido del “mandar obedeciendo” está haciendo que volvamos a transitar los tiempos del Estado monocultural, no es el tiempo de solo escuchar, es el tiempo de hablar y cuestionar la autoridad, la jerarquía y el liderazgo, y eso es expresar la rebeldía y el descontento contenido en un movimiento de auto-determinación, solo así agujerearemos el Estado y lograremos pluralizarlo y ahí está el valor del desorden y la desobediencia, nuestra cotidianidad nos da las bases para construir algo nuevo, nuestra no-ciudad nos está diciendo algo.
Hemos abierto grietas a la modernidad capitalista y esas grietas son las que debemos ensanchar para construir lo inimaginable, un lugar sin certezas, ni modelos, de cuestiones y contradicciones, pero así avanzamos porque, como Holloway planteó,  preguntando caminamos.

El alto visto por el fotografo Patricio Crooker
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