viernes, 6 de julio de 2012

HACER EL CAMBIO SOCIAL

El reto de hacer y no ser

Marcelo Sarzuri-Lima*


Una historia que nunca olvido es aquella que Hugo Zemelman nos contaba en una de sus charlas en El Alto. Él nos decía que en el Chile de Allende existían permanentes encuentros entre intelectuales y obreros, en estos encuentros se analizaba la situación del gobierno de la Unidad Popular (un partido resultado de alianzas de grupos de izquierda). Una de las preocupaciones permanente de los obreros era la dictadura, al final de los encuentros los dirigentes obreros preguntaban a la “vanguardia” qué se debía hacer en caso de que la “contrarrevolución se viniera”. Tal vez Allende se encontró con una clase obrera que sabía muy bien qué debía hacer su gobierno, por eso los obreros no sólo era una clase poderosa sino también con conciencia de sí. Pero la mal llamada “vanguardia” a veces nunca ve más allá de su mundo material, existía un intelectual de izquierda que terminaba “regañando” a los obreros por su falta de juicio y les decía que debían construir el programa del partido más que pensar en la “contra”. Lo anecdótico fue que meses después se vino la “contra”, en agosto de 1973 el Parlamento (con mayoría opositora, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia) declaró que muchas de las acciones del gobierno de Allende eran inconstitucionales, el hecho se constituyó en la base para que los militares y caravineros (¡todos uníos!) dictarán un Golpe de Estado. Pero las victimas siempre son diferentes, la vida de unos vale menos que la de otros, el intelectual de vanguardia terminó exiliado en algún país latinoamericano y hasta llegó a dictar clases en alguna universidad, pero los obreros corrieron diferente suerte, muchos de ellos fueron asesinados.   

Para algunos el proceso político que vive Bolivia es solamente retórica de un cambio, pero los ninguneados y los de abajo la viven y sienten en carne y hueso, porque este proceso tiene hacedores a quienes les costaron vidas. No fue la vanguardia, no fue la clase media, no fue algún diputado, no fue algún partido político, ni fueron todos los indígenas (porque toda generalización es encandiladora) los que hicieron el camino de este proceso. Tuvo que pasar una década, esa década de la repulsión (los ‘90s) y que implicó el desplome de los movimientos sociales y el auge del neoliberalismo (en su disfraz multicultural), para vislumbrar una nueva acumulación de descontento social. Pero los actores siempre fueron los mismos, esa nación construida desde abajo, esa Bolivia de cholos e indios con capacidad de hacer un cambio social que permita construir un país más inclusivo, que permita refundar la democracia y sus instituciones, que permita hablar de un país soberano, plural y sobre todo descolonizado. Por eso el proceso político boliviano tiene hacedores.

El cambio social no se construye desde bloqueos, marchas o peticiones corporativistas y sectoriales, porque lo particular, lo sectorial y corporativista nunca podrá convertirse en la totalidad social. El cambio social implica un corte, donde la parte sin parte desajusta el orden establecido bajo el principio de la igualdad; el cambio social nunca implica la lucha por privilegios o la mantención de la reclusión. En Octubre de 2003, mientras algunos hacían filas en gasolineras y surtidores esperando que todo vuelva a la normalidad, muchos alteños desajustaban el orden operativo natural del cuerpo social por una demanda nacional. Los campesinos, los indígenas y los alteños (esa articulación de lo rural y urbano que supera cualquier fetiche identitario) no luchaban mirándose a sus ombligos, ni siquiera pensaban en regalías creyéndose los dueños “naturales” de esta tierra. Luchaban por el gas para todas y todos los bolivianos. El Pacto de Unidad, esa articulación de fuerzas y movimientos sociales, fue la única agrupación que presentó una propuesta de Constitución Política pensando en la totalidad del país; todos los días alguna institución (desde policías a municipios) visitaba a los constituyentes para pedir que no se afecte en gran medida los intereses de su institución. Como dice Walter Limache (ex constituyente): “los que son tipificados de ignorantes en la calle; o sea, los ‘indios de mierda’ le han dado respuestas al país y este país, en ese sentido, se ha transformado y se está transformando”. El cambio social es la posibilidad de mirar y hacer un nosotros más inclusivo.

El cambio no es simplemente una política gubernamental, no es un líder en el poder, ni mucho menos un simple “reconocimiento” identitario. El cambio es transformar y erradicar las estructuras racistas y coloniales que están arraigadas en todas las instituciones estatales, es construir soluciones democráticas y plurales que acaben con los arcaísmos coloniales (sobre todo aquellos que encubren las grietas económicas, la exclusión social y la segmentación política). Hemos llegado a un punto donde los ninguneados están construyendo un nosotros más inclusivo y donde el Estado se está cuestionando su monoculturalidad. Pero también es cierto que los de “arriba” están cometiendo errores (el proceso político boliviano no puede valer una carretera) y por ello debemos cuestionar y sancionar cualquier prebenda, clientelismo o uso patrimonial de lo público (venga de donde venga). Toda acción del Estado y política pública debe ser construida desde la pluralidad de actores sociales y ello implica procesos lentos, consensuados e informados de transformación. El proceso de cambio se construye desde la permanente discusión sobre el mismo proceso, como decía Rosa Luxemburgo: “cuando se elimina la discusión política mueren las instituciones y solamente habla la burocracia”. ¿Qué tiene que ver lo dicho con la historia que inició este breve escrito? Los golpes políticos a los procesos de cambio siempre son una amenaza latente, nunca es paranoia; existen muchos que quieren retroceder a un estado prebendal, clientelar y patrimonial porque siempre existen intereses en juego. Pero el remedio siempre está en potenciar a los actores sociales más allá de la política paternal y asistencialista, está en construir una fuerza social múltiple que supere lo identitario y los romanticismos tradicionalistas y seamos hacedores de un proyecto plurisocietal.

*Es sociólogo e Investigador del Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello